Yo no olvido el año viejo, sobre todo por una pequeña reunión que me dejó en el disco duro de la nación. Con un tema que es recurrente en ese establecimiento y que deja muchas ideas dando vueltas en la cabeza, sobre todo por lo falibles que son los discos duros y los riesgos de centralizar contenidos importantes para la sociedad sin tener un respaldo de seguridad.
Esto, en últimas, tiene que ver con la idea de contar con copias descentralizadas de información relevante para una comunidad, así como lo que exploramos con Grafoscopio y las infraestructuras de bolsillo, la posibilidad de que cada una de las personas involucradas con un proyecto de documentación pueda contar con una copia exacta de repositorio de documentos cuando se sincroniza con esta herramienta y puede, además, contribuir y compartir sus contribuciones con el resto de personas que también están interesadas en el proyecto en cuestión. Esto lo hacemos con algo llamado Fossil SCM.
En Fossil empezamos por nuestra parte con el cambio de infraestructura para el libro de 10 años de Nomono y más recientemente con la adaptación a infraestructuras abiertas del Manifiesto Bibliotecario por la Ciencia abierta en Latinoamérica. La idea de descentralizar y generar que cualquier persona pueda asumir[^1] aquello que forma parte de su historia, cultura, su patrimonio y que le permite ser en estos tiempos. Pero ¿cómo una persona puede asumir la cultura y el patrimonio, desde su contexto, cuando los registros que dan cuenta de ello tienen una circulación limitada?
[^1]:Asumir que para nuestro castellano trae definiciones como "atraer para sí, tomar para sí" o mejor todavía "Hacerse cargo, responsabilizarse de algo, aceptarlo", frente a lo que se plantean algunas políticas para ciencia y cultura usando términos como apropiación o apropiación social de… que, eventualmente, pueden generar enajenación de aquello de lo que se apropia y que además es un bien común. En últimas, el ejemplo más destacado de un apropiador lo encontramos en Walt Disney, pero esto lo buscaré abordar detalladamente en otra ocasión.
Perspectivas sobre el dominio público, desde este blog
Desde hace algunos años hemos venido publicado cada primero de enero sobre lo que implica el dominio público, para 2019 tuvimos la última publicación sobre el tema en la que hacíamos referencia a las obras que pasaban el umbral del dominio público hasta ese momento, con la información de las colecciones de la Biblioteca Nacional de Colombia. Este año, por diversos motivos, no contamos con una lista actualizada, aunque la intención es poder explorar y conocer qué obras se encuentran en dominio público en distintas entidades, como archivos, museos y centros de documentación.
Pasa el tiempo y vemos una reiterada petición frente a la apertura de datos de las instituciones culturales del país y la búsqueda de manos aliadas que estén interesadas en abordar este tema. Poco a poco hemos encontrado y creado amistades sobre este tema pero, al parecer, sigue siendo un asunto que no gana relevancia, aunque tiene mucho para serlo.
Entre los análisis que se han venido discutiendo en este blog se encuentra las posibilidades de acción de la ciudadanía frente a obras en dominio público que circulan desde las instituciones culturales, una de ellas la Biblioteca Nacional de Colombia. Desde hace años hemos visto cómo han realizado una muy buena labor para organizar y publicar distintas obras que conforman esa amalgama de documentos que conforman el patrimonio colombiano, en una primera instancia, y que es de interés seguro para muchas más naciones y personas en este tercer planeta.
Derechos: Material digital de acceso y descarga gratuitos con fines didácticos y culturales, principalmente dirigido a los usuarios de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de Colombia. Esta publicación no puede ser reproducida, total o parcialmente con ánimo de lucro, en ninguna forma ni por ningún medio, sin la autorización expresa para ello.
La referencia anterior pertenece a un libro publicado en 1781 en la Imprenta de Carlos Gibert y Tutó, que a la luz de hoy día es una material de libre circulación atado a una autorización expresa por el titular, el Ministerio de Cultura cuyo lema «la cultura es de todos», para hacer un uso diferente al de compartirlo. Inicialmente me parece que la libre circulación de los contenidos es un valor a destacar pero también es un acto adquirido y defendido desde siglos pasados, actualmente los valores que buscan instituciones públicas, entre otras, están dirigidos, como mencioné al inicio, a una «apropiación social de…» que está determinada por las libertades que otorga quien entrega estos contenidos.
Entiendo que, adicionalmente, algunas colecciones que conforman las publicaciones de la Biblioteca Nacional de Colombia han sido gestionadas con los titulares debido a que todavía conservan los derechos sobre sus obras, lo cual está bien, y por eso mismo no entran en este pequeño debate. Lo menciona par aclarar.
Una pregunta sin respuesta, todavía
Volviendo al caso, y como lo mencioné al inicio de este texto, este año tuve la oportunidad de estar en una mesa con la mayoría de las personas que conforman la líneas de trabajo de la Biblioteca Nacional de Colombia. Este escenario surgió por un asunto laboral que ahora no viene al caso, pero que sí posibilitó ese encuentro. Al finalizar los asuntos formales que nos convocaron, quise preguntar, aclarando que ya se trataba de un asunto personal y que no todos los días logramos estos encuentros, ¿por qué las obras en dominio público de la Biblioteca Nacional de Colombia, que son publicadas en digital, no conservan su estado de dominio público?
Esto parece que generó alguna tensión, tres voces sonaron, cada una interrumpiendo la anterior, aunque antes de terminar una palabra daban paso a quién pudiera animarse a responder. Fue muy interesante, al final, me hizo recordar la primera vez que hice la pregunta en un evento sobre cultura digital en el 2013 o 2014 propiciado por la BNC, desafortunadamente en ese momento la pregunta llegó al borde del cierre de la jornada y no hubo una respuesta satisfactoria.
En esta ocasión, frente a la pregunta la respuesta estuvo dirigida a que se deben cuidar o más bien garantizar el reconocimiento de quienes generan los recursos de una manera adecuada para la consulta del público, quien hace las ediciones de los contenidos y demás. En ese instante me pareció bien que se tuviera ese cuidado pero enuncié la pregunta ¿quién paga ese trabajo de edición? la respuesta inmediata fue «el Ministerio de Cultura»… aunque luego de un breve silencio, y seguramente mi expresión con la pregunta en la cada de «¿y entonces?» pensando en «la cultura es de todos», se completó la respuesta referenciando asuntos administrativos que, siendo sincero en este momento, no venían al caso para nada pero por los cuales las obras en dominio público no pueden mantener esa condición en sus versiones digitales, no por lo menos para la BNC.
Ya estábamos cerca de las 18:00 horas y creo que nadie quería permanecer mucho tiempo más en ese lugar. Creo que a la próxima debería lanzar preguntas antes de los cierres de las sesiones, sea cual sea el asunto que convoque.
La apropiación
Me parece muy interesante el discurso que se maneja sobre las vías de divulgación y, según las políticas, de apropiación social de la cultura o la ciencia, también un comentario que surgió en la reunión en la que se mencionaba cómo se habían encontrado personas en los pasajes comerciales vendiendo fotografías históricas de Bogotá, en las que todavía se lograba ver la marca de agua de la Biblioteca Nacional de Colombia.
© Biblioteca Nacional de Colombia.
Unos meses después en una ruta de bus que sube por la calle 63 desde Villa Luz, hasta la carrera 13 y luego va directo al centro, en pleno chapinero un vendedor abordó este transporte y nos empezó a ofrecer calendarios con fotografías históricas de Bogotá. Tenía dos modelos y la historia para cada una de las fotografías que acompañan cada uno de los meses del calendario ofrecido. Tenía fotografías increíbles, particularmente una en la que aparecía el planetario distrital y al fondo la torre Colpatria a medio construir, la imagen estaba un poco pixelada pero no lo suficiente como para no apreciar de lo que se trataba. Le compré uno de dos, aunque debí haber comprado los dos por detenerme a ver bien cada una de las imágenes, así como un par de imágenes de finales del siglo XIX que creo que se encontraban en la versión que no adquirí.
Lo mejor que pude pasarle a la cultura es no ser encerrada bajo siete candados, entre cuatro paredes o en un disco duro centralizado, es que se difunda. Por supuesto hay maneras de hacerlo pero si no se asumen ¿qué podríamos esperar más allá del temor a la apertura de contenidos por si pasan las cosas que en todo caso ya están pasando?
Conclusión de año nuevo
La primera y una de las más importantes, considero que este año, como en anteriores seguiremos persistiendo en poner sobre la mesa los asuntos relacionados con el dominio público y mantener un debate sobre este tema.
Por otra parte, es necesario empezar nuevas acciones para empezar a buscar la apertura de contenidos y de datos que nos permitan conocer mejor las colecciones de las instituciones culturales, particularmente aquellas que tienen materiales en dominio público. Para lograr estos propósitos de fin e inicio de año haremos un llamado a la ayuda de nuestros amigos. Buscar espacios para mantener estos debates con las instituciones, ojalá no a los cierres de eventos, con el fin de que se puedan presentar posturas amplias y desarrolladas sobre las implicaciones de la apertura, las dificultades que han identificado y buscar las vías para abordarlos desde distintas perspectivas y dirigido a comunidades de interés.
Otro aspecto importante tiene que ver, en parte, con el profesionalismo con el que se abordan estos temas y entender que ante una pregunta sobre las formas en que una entidad realiza su trabajo no necesariamente implica una crítica a la labor de una persona, sino que más bien invita a buscar escenarios de diálogo para conocer las situaciones que se deben afrontar para buscar un beneficio común. Esto me quedó claro en una breve conversación con Esteban Duperly, en la que coincidimos en muchos aspectos similares a la hora de buscar gestionar obras en las que no es tan clara su situación en términos de derecho de autor, para su difusión o su uso en exposiciones dirigidas al público. Tenemos muchos problemas similares que enfrentar para cumplir con la misionalidad de las instituciones culturales pero pocos espacios en los que podemos hablarlos y debatirlos plenamente.
Este último aspecto lleva a una problemática mayor, lograr llevar estos asuntos a instancias como el de la Dirección Nacional de Derecho de Autor y las entidades de gestión colectiva para que logren entender que las entidades culturales, particularmente las del estado, no son una competencia a la industria editorial, musical o fílmica del país. Por el contrario pueden apoyar a la formación de públicos para determinados productos de consumo cultural, velando por aquello que es una sustancia de insumo espiritual[^2], que es lo que necesitan las personas cuando acuden y valoran la oferta de bibliotecas, archivos y museos, en busca de aquellos registros documentales, de objetos o narraciones que nos muestran un fragmento de aquello que nos permite ser hoy aquello que somos.
[^2]:Esta es una frase bonita del poeta chileno Diego Maquieira que conocí en una entrevista que le hicieron luego de la publicación de uno de sus últimos libros «El Annapurna» en los primeros años de esta década.
Finalmente, dejarles nuestros saludos y buenos deseos para este 2020 y que no olviden que esté espacio está abierto para comentarios, ayudas y nuevas inquietudes sobre estos temas.