Irreversible // Cuento

Los feos somos muchos más | Toxicómano
Los feos somos muchos más | Toxicómano

*Este texto puede ser convertido en un cortometraje para el trabajo de grado de un amigo que estudia cine y televisión. Ya ha pasado antes con  varios de mis escritos.

Estábamos discutiendo en la calle, ella decía que yo era un maldito cerdo y yo la llamé puta. Me aruñó la cara y yo la empujé. Cayó de bruces frente a un mendigo, el tipo me dio asco, me miró con terror, con ese ojo morado por una buena tunda que alguien le había dado. Sentí un hilo de sangre tibia bajarme hasta el cuello, pero no sé si fue por esa idea estúpida de que las mujeres son indefensas o qué, pero acerté en una patada directa al estómago del indigente. El tipo me miraba horrorizado, pero no era por la paliza que le iba a dar, era por algo más. Creo que notó todo el odio que se desprendía de mí.

Lo levanté, lo agarré del cuello y le aticé un buen golpe en el ojo bueno. Mientras tanto ella se reponía de la caída, tomó su cartera y se acercó para escupirme. Su saliva se revolvía con mi sangre, hirviendo, que me dio más fuerza para golpear al mendigo que trataba de decirme algo…

-¡No puedes matarte!

Me gritó.

Me causó gracia esa estupidez y no sé si fueron todas las botellas que me revolvían la cabeza o fue ver el rostro deformado de ese maldito retorciéndose en su mugre, amenazándome con matarme…

-Escúchame pedazo de basura- le dije hablándole al oído  -aquí el único que está en peligro eres tú, ni siquiera te puedes parar y ¿me dices que si te hago algo vas a acabarme?

El maldito indigente no podía articular ni una palabra. Estaba calvo en algunos lugares de su cabeza, era solo piel y huesos, con una figura retorcida. Lo miré directo a los ojos y muy en el fondo de su alma pude probar todo su terror. Su boca se torció queriendo gritar pero antes de que lo hiciera lo golpeé con más fuerza y un sonido seco nos hizo saber que su nariz estaba hecha añicos, así que seguí golpeándolo hasta que me dolieron los huesos y entonces… lo golpeé con más fuerza.

Me retiré un poco, estaba exhausto, su rostro era un manchón en la pared y yo solo atiné a tambalearme hasta la esquina y vomitar las entrañas para sentirme un poco mejor. No quería pensar en nada. Solo quería llegar a casa y dormir un buen rato para tratar de olvidarme de todo.

No recuerdo muchas cosas solo que caminaba mirando al piso, que veía mis pies y la sombra que bailaba debajo de ellos, recuerdo moverme entre la noche y que de la nada salió un tipo a pedirme dinero. Traté de quitármelo de encima pero no podía hacerlo. Empecé a caminar más a prisa pero estaba demasiado ebrio como para saber a donde iba, creo que caminaba en circulos. Miraba hacia atrás y ya no era un tipo sino tres. Gritaban como simios y yo solo quería desaparecerme. Algo me golpeó en la nuca y aterricé de cara en el pavimento. La vista se me nubló y sentí que uno de mis brazos me hormigueaba, luego uno, dos, tres golpes en las costillas. Sentía mil manos esculcándome aquí y allá, luego un relámpago atravesó una de mis piernas. Intenté levantarme a ver qué había sido pero recibí un golpe en un ojo. Traté de reponerme y fue cuando unas manos me agarraron del cabello y me sacudieron contra el pavimento.

Estaba acabado; recostado en el suelo viendo mi cabello a medio metro de mí. Con una mano me toqué el cráneo, entendí que el golpe me había arrancado una buena parte del pelo. Me habían robado los zapatos, la chaqueta y todo lo que tenía en los bolsillos. No estaba seguro de cuanto tiempo había pasado, solo que para moverme tenía que arrastrarme.

Pensé en el karma. Pensé que Dios debería estar gozando de lo lindo conmigo, pero eso no era todo.

Traté de reponerme, pero no podía controlar mis mórbidos movimientos. Fue ahí cuando ella cayó bruscamente a mi lado. La miré a los ojos y era la misma tipa que hace un rato había empujado.

Levanté la vista y me vi arrogante golpeándola. No entendía que era lo que sucedía. Ahí estaba yo, acercándome a… me miré con el único ojo bueno que tenía y estaba entre harapos, espantado viendo venir mi fin con llamas en los ojos, sabía que no tenía otra salida, que era el fin del camino. Sentí una patada en la boca del estómago y como pude vi horrorizado cómo se acercaba a mí por el único ojo bueno que tenía en esos momentos. No tenía fuerzas y los pensamientos se me revolvían en la cabeza. Recibí un golpe en el ojo y por un momento vi una gran luminosidad. Era el fin. Tomé un último aliento y de la desesperanza algo surgió …de lo más profundo de mí ser pude gritar con fuerza:

-¡No puedes matarte!

Por David Ramírez-Ordóñez

Hola. Soy David. Docente, bloguero y bibliotecario digital. Desarrollo proyectos digitales desde el 2005. Más de mi en este enlace.

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